Pintar en la Toscana es un romántico sueño que casi todo artista ha tenido en algún momento de su vida gracias a las películas americanas. Y es una fantasía que he cumplido gracias a un jarrón de un azul encantador, unas ramas de lavanda y un pequeño ramito de flores blancas que acabaron siendo rojas en mi pequeña hoja de papel.

Pero para contar esta historia llena de pintura, deseo retomar a ese instante en que decidí que quería pintar algo en la Toscana

Paseando hasta nuestras ya amadas tiendas de comida italiana, Ion y yo nos detuvimos a medio camino para admirar los viñedos cuyas ramas se enrojecían al carmín y los árboles que se desnudaban de hojas por el frío que se acercaba cada vez más afilado. Fue entonces cuando al ver trazos de camino de tierra clara, una villa, cipreses altos y olivos delante de nosotros, que dije: Quiero pintar. El sentimiento renació de nuevo en mi, consiguiendo que una sonrisa surgiera de mis labios al recordar que antes de conocer al amor de mi vida, mis noches se llenaban de música ante la sintonía clásica de Kiss Fm y dibujaba todo lo que me daba fantasía. Era una emoción tan relajante como la de escribir, me sumergía en otro mundo de trazos y colores. Hablaba con aquellos dibujos como la mismísima Beatrix Potter.

Aquella emoción me siguió como una aureola de ángel en mi cabeza, revoloteaba feliz porque iba a encontrarme con la pintura. Y en una tienda llena de jabones perfumados, desde lavanda a papaya. Con una fragancia de rosas rojas e inciensos de melocotón, compré unas acuarelas de niños. Lo que yo quería era pintar, me habría bastado con mis propios dedos, así que recurrí a aquello que me acercara más a una emoción de juego. Feliz y emocionada, porque había conseguido mi juguete, hablamos con la dependienta, una vez más contando nuestra historia, la razón por la que estábamos en la Toscana.

Queremos conocer el mundo y viajar porque aún somos jóvenes y no deseamos hacer raíces en un mismo sitio.

Y entonces ella dijo la frase que jamás olvidaré; “es muy bueno lo que hacen, me encanta. Felicidades.”

A veces parece que tienes que salir de tu entorno para encontrarte con personas que no juzgas quien eres y te felicitan por las decisiones que tomas, una tan sencilla como desear Conocer el Mundo que nos rodea.

Pero continuemos con la historia de Pintar en la Toscana.

Ya con mis pinturas y unas compras de verduras extras, caminamos de nuevo a lo alto de nuestra casa. Estaba deseosa de comenzar a pintar, pero no sería hasta unos días después que mi mente desearía relajarse.

Cuando llegó ese día, noté como estaba lista. Así que fui afuera y le pedí a mi amor el gran favor de que cortará por mi unas ramas de lavanda del jardín, pues hay dos grandes y regordetas abejas negras con rayas amarillas que parecen proteger aquello como si fuera su hogar. Así que una vez que mi héroe me entregó la lavanda, yo recogí unas florecitas blancas que muchos nombrarían “mala hierba”, pero para mi son como flor de nata, con un polen amarillo y lima. Así que con la parte floral lista, me dispuse a entrar dentro, a la casita de madera, poner la calefacción y una lista en Apple Music de mujeres fuertes. Pues ese día me sentía más femenina que nunca.

Cogí un jarrón azul como las esmeraldas y lo coloqué en la gran mesa de la cocina, tambien de madera, una lámpara de luz roja a mi derecha, las pinturas a mi izquierdas, el pincel en un recipiente de agua y tres gotas de alcohol. Y el folio frente a mi. Y comencé a dibujar, poco a poco, observo, escudriñé la forma del jarrón, luego las flores. . Una vez terminé el boceto, introduje el pincel en agua y comencé a mezclar el azul. Azul, Negro y un poco de violeta oscuro. El color surgió y comencé a Pintar en la Toscana.

Mientras un té humeante de flores rojas y canela fue humedeciendo mis labios. Me sentí en una nube de colores, donde solo veía curvas y pinturas. Preguntándome si un Elemento puede ser tuyo solo por el hecho de disfrutarlo, aunque no se te de bien, pero te hace dichosamente feliz. Pero entonces algo ocurre, Ion entró con el objetivo de que salga. Dejé lo que estaba haciendo y al salir al jardín de un sol dorado encontré que sobre la mesa de madera había libretas y pinturas, eran de un profesional. El dueño de aquella casa, nuestro “amichi” Piero era pintor. Hojeé los folios, sintiendo la solidez de un papel preparado para absorber y conservar la pintura. Había trazos de la Toscana, color rojo, amarillo y verde. Capullos en flor, playa, viñas…la Toscana estaba allí, captada por los ojos de aquel hombre parecido al papá de Pinocho. Sonreí y dije: Voy a seguir pintando.